La pasión se deshace en palabras. Sobre el papel se reencarnan de nuevo los momentos densos. Se extiende su contenido hacia afuera, y sólo leyéndolos y recordándolos, dándoles de nuevo vida en el dorso de una hoja, descubrimos la fuerza que los posee.
A veces no es magia la que respira el aire, solo deseo. Esa sensación ingenua que nos impulsa a improvisar torpemente los sentimientos, según suceden las cosas.
Realmente, resulta difícil decir no a algo agradable a nuestro sentidos. Surge de repente y nos dejamos llevar por un juego improvisado, que nos impide consciente reflexionar y establecer normas.
Realmente, resulta difícil decir no a algo agradable a nuestro sentidos. Surge de repente y nos dejamos llevar por un juego improvisado, que nos impide consciente reflexionar y establecer normas.
El juego de los sentidos, las apariencias y su realidad. Los olores, miradas, besos, caricias, sabores..., entrelazados en un cúmulo de circunstancias cualesquiera, qué más da. No existen cánones, ni escisiones, en ninguna comunicación, se establece y existe, no más. Las interpretaciones las diferencian. Sus esencias se difuminan, nunca aparecen y desaparecen.
Cuando se mudan, van de un lugar a otro, de juego en juego van saltando como ranas huyendo de un chapuzón. A veces, forman aglomeraciones sobre las hojas del estanque, provocando un inmovilismo pesado, que corre el peligro de hundirlas; o vuelan de un lugar a otro en búsqueda constante.
También a veces, llegan a la orilla y serenas se apachorran sobre la arena, a mirar cómo el agua, vestida de hojas verdes, comparte con ellas los incesantes caminos de sus compañeras: algunas, las más hambrientas, engullen los cadáveres que flotan sobre el estanque; otras, en cambio, evitan caer sobre las flores ocupadas. Miles de combinaciones bailotean por el aire, pero solo desde la orilla y deslizando la calma sobre los sentidos, se aprecian algunas, las más cercanas.
También a veces, llegan a la orilla y serenas se apachorran sobre la arena, a mirar cómo el agua, vestida de hojas verdes, comparte con ellas los incesantes caminos de sus compañeras: algunas, las más hambrientas, engullen los cadáveres que flotan sobre el estanque; otras, en cambio, evitan caer sobre las flores ocupadas. Miles de combinaciones bailotean por el aire, pero solo desde la orilla y deslizando la calma sobre los sentidos, se aprecian algunas, las más cercanas.
El mundo sensitivo transforma la realidad, las apariencias distraen y engañan los sentidos, generan impulsos. Pero la esencia permanece, eterna, fría e inmutable, en búsqueda de refugio entre la inmensidad del estanque; o, quizás, se encuentre aún en la orilla, observando esa incesante danza de los sentidos.
Pepa Díaz, en la Revista Isla Negra (1996), UAM.